A los 12 años, me pareció buena idea dejar de cargar cajas con pantallas para celular, a importar las mismas piezas desde China y revenderlas. No sabía que ese pequeño negocio marcaría el inicio de una travesía dura y sin retorno. A los 13, creaba impresoras 3D cuando aún eran un lujo inalcanzable, una locura que llamó la atención de una startup aeroespacial donde diseñé y construí drones de alto rendimiento para minería.

Pero este mundo era muy grande y joven. Con solo $300 en el bolsillo, me lancé a Canadá sin red de seguridad. Enfrenté el frío extremo, trabajé en la obra colgado en la intemperie a 80 metros de altura, desafié la nieve y el viento en una lucha diaria por mi sueño. Con cada centavo ahorrado, construí mi primer dron de grabación, capturando imágenes que más tarde darían vida a una productora que trabajaría con gigantes como Volkswagen, GNP, Alfa Romeo y Sony. Pensaba que jamás sería un empleado de nuevo hasta que la empresa AZULIK me ofreció una jaula de oro que no pude resistir.

Después de un año de dirección creativa y construyendo los más ambiciosos proyectos arquitectónicos del mundo y llevando a la empresa a ser la cuenta de hotelería con más seguidores en el mundo, decidí que era momento de construir mis propios sueños.

Pero el éxito nunca es un camino lineal, tuve siete emprendimientos, desde desarrollo inmobiliario y blockchain hasta granjas de grillos para consumo humano, y todas fallaron antes de que fundara Abraxa, el laboratorio creativo donde cada lección aprendida se convirtió en un sistema para transformar negocios. Desde la dirección creativa de un imperio hotelero hasta la fundación de una agencia revolucionaria para el gobierno de Tulum, cada paso fue una historia de persistencia, reinvención y crecimiento.

Con lágrimas en los ojos, hoy puedo mirar atrás y agradecer por cada escalón pero, sobre todo, al pequeño niño que nunca se dio por vencido. La historia continúa, y apenas estamos comenzando.